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CATORCE POEMAS



SOLO

Mora un león debajo de la mesa,
mas es peor el blanco insecto
que salta de hombro en hombro
depositando el éxito del tedio.

Crece, con miedo y en pecado, un árbol
entre los desperdicios de una separación.
Ni sombra ni perfume ni luz como testigos.
¿De un lamento depende la suerte del lugar?

Son las rayas del suelo la memoria
del recuerdo que muere y el camino
de la mirada luna que dejamos enfriarse.

Amor de teclas y la hora, en todo.
Y el humo exige cielo,
y el semáforo en ámbar es boca de reptil.
Teme a la soledad un hombre, y mucho.



BANDERA

Llena de calmas ebrias, de contornos
que doran mansamente la mañana,
llena de alas que pintan de deseos          
la tarde más vacía, peligrosa,
llena de luces sendas, brillos largos
que la noche cobija como un pecho.

Nacida en el momento de oscurecerse el cielo
de las miradas ciertas, de ser un escondite
la herida luminosa de los fríos.
O cuando los andares, hermosos, se desnudan
y conquistan espacios y racimos
de saludos en nombre de la lucha,
para incumplir doctrinas y ser mundo
en el viaje de alguien
y estar dentro del tiempo
que elabora abundancia.

Gloriosa entre las páginas del aire
que atusa la hermosura,
como sonido alegre y vigoroso
que te conduce a la persona amada
y liga la oración de fuego de los dos.

Querida sobre el fin de la intención,
al abrigo de un cántaro de paz,
por la lengua paloma clandestina del valle
de mi boca, que sabe y que no extraña,
y por mis manos hechas pensamiento sin culpa,
saludo cristalino en la hora protegida.

Bandera por encima de banderas.
Sus sílabas de sol maduran los sentidos;
y su acento de luna pretendida
el golpe fuerte menos caprichoso,
la orilla donde llegan horizontes,
la marea que libres nos empuja.

Hablo de la palabra.

Acaloradamente necesaria
en el ahora que muere como algo
sacado de los sueños.

Hablo de tu palabra.



CUANDO LA HORA SUSPENDE EL VOCABLO DESNUDO,
                    LA POSTURA SIN VIENTO
y el fuego que hermosea, me gusta imaginar
tu lágrima lunada deslizándose
por tu mejilla de alborada frágil,
arrullo de mejilla que conoce mi arrullo,
pues creo verme en ti.

En ti, cuando relees los poemas manantiales sonoros
de aquellos días largos de pecado de amor;
cuando mientes sin ganas, por ahí,
y tus dedos de tul te timbran, te delatan
al sacar a bailar a tu cabello, suave color de bronce;
cuando te sabes pan, cúpula de caricias y nido con crepúsculo,
o bajas,
como un sí, la mirada,
esa que tanto anhelo;
también, mujer arena de tímido peinado,
cuando los soles te regalan pecas.

Veo en ti la fecha tónica,
los modales del trigo,
el sabio sueño de cristal del ánfora,
los rizos de la luna que me atrae
y el agua del segundo beso, que es más amor.

En ti, refugios
y remolinos, dulces.

Y me descubres, tientas
como besos posados en un hombro.
Y te amo como blanco para sólo un diciembre,
isla, o noche de estreno.


                                
ALEGORÍA

Cruzas. Dejas atrás,
y sin mirar, la fuente.
Las muchas escaleras
subes con prontitud de luz, de gloria.
Apasionadamente
y por donde más lejos queda todo
saltas la tapia, avanzas siguiendo el rudo seto
y evitas la presencia,
no sé cómo, del dóberman de turno.
Pero las bellas aguas de luna del estanque,  
cuando para mirarte
en ellas
te inclinas como junco, callan, mueren.

Y no porque la envidia sea un cuadro
colgado con pasión certera, o como anzuelo,
en el más que obligado pasillo de la vida,
que lo es;
sino porque tú cuentas con horas temblorosas,
rotundas emboscadas de mareas sin dios,
miedos devoradores de confines,
inflexibles naufragios
que al espejo despojan de su magia
y aceleran el paso, la partida.

Saben que a la deriva tu navío,
tú,
en noches sin la amada.



DE LA BELLEZA

Como claro en el bosque,
bajas tú la mirada.
Como capullos que se abren rojos,
dejan caer tus manos
el pudor.
             Nada en ti,
nada de la belleza
sin caminos, del frío.
                              Todo un coro de síes,
dentro de mí, muy dentro. 
                                      Y en tu espaciosa noche,
yo un jinete de sol.



TESORO                

En la sombra del árbol
sellado por los nombres, aún el alba
de tu abrazo que ensancha el cielo de mis aires.
Aún la última fiesta de tus manos,
nupcias de la blancura lunar y el frescor bello,
en el jardín de siempre de las mías.

Aún yo barco pirata anclado en tu cuerpo isla del tesoro.




ELLA

De lugares remotos
y rauda
viene la luz que me golpea como
puerta, túnel, retrato, coro frío.
Pero no la palabra.
Pero no la palabra. Ella sube
de la sombra del aire
de los pasos del sí
de mujer que me ciñe. A la altura
de la pelvis se asoma y vuelve a hacerlo
cuando alcanza la punta, ya sin dios,
de la encendida lengua.
                    
Momento de escribir.
De sexo.

                        

RACIMOS DE LUZ TINTA EN EL UMBRAL HERMOSO
del otoño. Racimos que despiertan el día
y sueñan con vestir a ella en su caprichoso
regocijo. Racimos cuya caligrafía

mejora con el goce de un sol de mediodía;  
firme deseo antes del corte presuroso.
Y aunque pintados ya _selectos_, todavía
sin gloria: su corona, ser vino generoso.
                     
Vino que invita al cielo a ser por un momento
tierra. Vino que borra sombras y aplaca el viento.
Vino de canto ronco, de lágrima fragante.

Que no será refugio, sino vuelo y calor.
Vino en el que mojar la lengua del amor,
cuya humedad da grado al cuerpo de la amante.



DI AMOR,
mi blanco intraducible.
Dime que es tutear a lo que tú buscabas:
al beso más novicio pero astral
de una historia bonita,
al racimo de arrullos de la cita raptora.
Di, por ahí, que un rito de cortísima edad que reta, sí, a los dioses,
di viaje sin olvidos o gran néctar de luna
o abecedario transparente.
Di que nuestros encuentros son rojos y capaces
de sanar el destino de las estatuas únicas
y revivir cumplidamente el tiempo
de la noria, el azar y las cerezas.
Di más, que es la mejor temperatura.

O di nombre muy extraño, lo real,
ese paseo duelo,
esa mirada de ciprés,
esa fotografía sin crepúsculo,
que son vicios traidores,
males de la distancia que no escucha,
ceniza de tu ausencia.

Mas no calles, no calles, nunca calles
como la arcilla aún no bautizada,
como una gota sola o una pluma al caerse,
como la piedra turbia que crece en la humedad.

No calles, no, no calles. Y pregúntate
qué pensará la luna de yema, qué temblores,
si te ve así;
qué, las nubes embajadoras y las aves embajadoras
y las estrellas que filmaron todo,
el beso primogénito de nuestro ciego amor;
qué intentarán los aires de esta ciudad esbelta,
a quienes tanto hablo y ya de ti;
qué rumor como gato que anda suelto.

Dilo ahora. No hagas
que de tu corazón aprenda el mío,
y nos portemos solos,
como vivienda chica alumbrada por velas,
y nos desdibujemos para siempre.

Dilo
mientras sonríe el joven musgo aterciopelado,
y esta lluvia de otoño, prima hermana
de aquella que nos vio,
es toda ella palabra, toda ella.



OH LLUVIA

Cómo quererte sin tu afán
cruzando el páramo
el gran valle de luna caldeada
la paciente ribera y el jardín tropical
que tanto de ella saben

Cómo, sin tu alta voz de buen secreto
sin el sitio risueño y verde al que me empujas
oh donde todo nombre te renombra
oh donde nada tardo en ser el que tú quieres
Cómo, sin tus suavísimos
sin tus cautivadores pensamientos
de columnas hermosas

Alma mañana orilla beso
de labios entregados
Cielo abatido
por una intensidad de  mar sin sombras
por los ojos que traen el recuerdo
que alumbra el pecho que calienta

Oración para un rostro muy querido
Dulces lágrimas purificadoras
Rebeldía que limpia hasta la flor que espera
más allá de la muerte

Cómo desearte más o retenerte,
cortina desprendida de mi azul

Oh lluvia oh lluvia oh lluvia
que ardes sobre la tierra
y los días tendidos y las alas
del corazón, del mío

     

TE DESPIERTO, TE BESO, Y SÍ DESAPARECEN
de mi deseo amante, Dulcinea, las brumas
que el desacierto me dejó.
Y
   caen
            duramente derrotados
el creído desánimo y otras muchas distancias
que, como un despoblado, desabrigan y duelen
hasta desconocernos.

Te desnudo despacio
y digo no al disfraz.

Oh, te desnudo, mi destello,
y tus dorados me desnudan.



SÍ, HUELES A JARDÍN
pariendo,
a pétalos de carne primorosa
cubiertos por un velo de rocío.
En ti, como recreo, se refugian
verdes guiños de luz que te hacen más
noche. Y acento de cortinas blancas
tiene tu voz. Tu boca
guarda un río de espejos, de cerezas, de anillos.
Cabalga sobre dunas
de atardecer de bronce tu mirada.
Y tu piel gesticula como monte.
Y tu piel gesticula como arena.
Todo tu cuerpo y tú, costumbres
de nido en árbol. ¿Nunca te lo he dicho?



ME ARROPA
como ciudad de siglos
el dolor,
            y entre lágrima y lágrima desnuda-
mente yo crezco;
                         extraño    
la voz del mundo y de tus manos;
                                                 vivo
a galope de luz enferma;
                                    lucho
con todo, contra nada;
                                 huyo, vale
ya de olor a tormenta
de tiempo quieto de caminos rotos.

No puedo
seguir dentro del mundo
de los moldes o flores
de plástico. Yo soy
fuertemente  R
                     A
                     Í
                     Z.
                                          


DESTINO

Como luz que no entiende de pedazos,
como cielo soñado por ardiente,
como palabras ricas en regazos
que jamás se disfrazan de serpiente.

Como encuentro prendido de los lazos
de un deseo sin fondo, que no miente
ni renuncia ya a ser caudal de abrazos,
porque enorme el amor y tan valiente.

Como lucha y sus huellas he nacido,
envuelto por las dudas de la vida
que buscan la alabanza de la suerte.

Y aunque mi sino es tan conocido,
pues tierra escupo porque soy de ida,    
nunca mi ahora arderá para la muerte.